A través de la observación, vamos conociendo la realidad, y también el carácter de los hombres.
Casi sin equivocarnos podemos asegurar que por su conducta inferimos, sus motivos para actuar de determinada forma.
En mi observación puse la mirada en un hombre,
aparentemente justo con demostraciones de querer servir, poco a poco y
profundizando en su conocimiento, note su desmedido deseo de poder, su ambición
y su soberbia.
Aspiró a ocupar altos cargos en su comunidad,
logrando con demagogia y con unos cuantos servicios otorgados a lugares
postergados, ubicarse como el preferido, resultando electo para el más alto
cargo del municipio.
De sus actos se colegía que estaba acostumbrado a dar órdenes y a tener peones a su servicio. Al observarlo con detenimiento uno podía notar como su engreimiento era tal que no aceptaba sugerencias de nadie.
De sus actos se colegía que estaba acostumbrado a dar órdenes y a tener peones a su servicio. Al observarlo con detenimiento uno podía notar como su engreimiento era tal que no aceptaba sugerencias de nadie.
Pero termine
de formarme una opinión más acertada de éste tipo de persona cuando, en una
reunión proselitista, su consorte, al notar que muchos de los empleados que
tenían trabajando como resultado del apoyo en las campañas, no se encontraban
en la reunión, expresó con una natural muestra
de desprecio: “¡a esos que no están hoy aquí, después, cuando ganemos estas
contiendas electorales, que no me vayan a andar buscando como chuchos, para que
les de trabajo!”
Las personas
que han nacido en cunas de oro, con raras excepciones, quieren que los demás les
rindan pleitesía, acatando sus órdenes hasta en el más mínimo detalle, allí se
sienten bien, pero al encontrar a alguien que difiere un poco de sus opiniones
y comportamiento, descargan sobre el toda su ponzoña egoísta y malsana.
Cuando escalan
más alto en el entramado social, merced a su dinero, y ver que allá donde está
la crema y nata de la hipocresía, sus opiniones no son tomadas en cuenta y son
vistos como uno más de la manada de ladrones del erario público, retornan con
la cola metida debajo de las piernas a tratar de conquistar lo que perdieron
por su soberbia, y traición a los verdaderos valores, que son la base de
relaciones estables y duraderas.
Tarde o
temprano reciben lo que merecen, el desprecio generalizado de los verdaderos ciudadanos,
que no ven en ellos más de lo que verdaderamente son: personas egoístas, movidos
por intereses mezquinos, ávidos de poder, sedientos de gloria y honores,
desprovistos de amor genuino hacia los demás.
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