En la ciudad de tarnopol vivía un hombre llamado Reb Feibel. Un
día cuando estaba sentado en su casa profundamente absorto en el Talmud,
escuchó un enorme ruido en el exterior. Cuando se asomó a la ventana vio un montón
de pequeños bromistas. “debe de ser un nuevo ejemplo de travesura, sin duda”,
pensó. “niños corred rápidamente a la sinagoga”, gritó, asomándose e
improvisando la primera historia que se le ocurrió. “Veréis allí un monstruo
marino, y ¡menudo monstruo! Es una
criatura con cinco pies, tres ojos y una barba como la de un chivo. ¡Solo que
es verde!” y por supuesto que los niños desaparecieron y reb feibel regreso a
sus estudios. Sonrio para su barba mientras pensaba en la broma que había
gastado a aquellos pequeños canallas. No paso mucho tiempo antes de que sus
estudios se vieran de nuevo interrumpidos, ésta vez por unas apresuradas pisadas.
Cuando fue a la ventana vio a varios judíos corriendo. “¿Adonde corréis”?,
gritó. “¡A la sinagoga!”. Contestaron los judíos. “¿Acaso no lo has oído? Hay un monstruo marino; es una criatura con
cinco piernas, tres ojos y una barba como la de un chivo, ¡sólo que es verde!” Reb feibel se echo a reír con
regocijo, pensando en la broma que había gastado, y se sentó otra vez ante su
Talmud. Pero apenas había empezado a concentrarse cuando repentinamente oyó un enorme
tumulto en el exterior. ¿Y que vio? Una gran muchedumbre de hombres, mujeres y
niños, corriendo todos hacia la sinagoga. “¿Que sucede?, gritó, asomando la
cabeza por la ventana. “ ¡Vaya pregunta! ¿Acaso no lo sabes?” respondieron. “justo
enfrente de la sinagoga hay un monstruo marino. Es una criatura con cinco
piernas, tres ojos y una barba como la de un chivo. ¡Sólo que es verde!” y
mientras la muchedumbre se apresuraba, Reb Feibel repentinamente se percató de
que el mismo rabino estaba entre ellos. “¡Señor del mundo!”, exclamó. “si el
propio rabino corre entre ellos seguramente debe de estar sucediendo algo. Donde
hay humo es que hay fuego”. Sin pensarlo
dos veces, Reb Feibel echó mano de su sombrero, abandonó la casa y empezó a
correr. “Nunca se Sabe”, murmuró para sí mismo mientras corría, sin aliento,
hacia la sinagoga. NATHAN
AUSUBEL
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