Casi
en su mayoría el género humano, posee algo en su interior que lo impulsa a
exhibir sus logros, sus conquistas, e incluso sus pertenencias,
cuando éstas lo colocan a la vista de algunos de sus amigos y conocidos como
alguien superior, cuando no en inteligencia o capacidad por lo menos en dinero.
Las frases de alabanza a lo costoso, a lo que no está al alcance de muchos de
nuestros hermanos, son comunes en sus conversaciones con sus semejantes. Exhibir
sus costosas joyas, sus finos vestidos y lindas prendas es motivo de orgullo, observándose
en su semblante un dejo de soberbia y
altivez, que aunque no es su intención hiere las almas susceptibles de algunos.
Es difícil para quien está
acostumbrado al lujo y a la suntuosidad no hablar de ello. Muchas veces sin
pensar en sus consecuencias. Por ejemplo, para quien está acostumbrado a comer
carne los tres tiempos es común expresarse de su alimentación en términos de exuberante,
deliciosa y exquisita, alguien ajeno a su círculo, que escucha lo que en
confianza le cuenta a su amigo, reflexiona en su interior, comparando lo exigua
y poco nutritiva que ha sido la suya, causándole los respectivos sentimientos
de inconformidad que al no encontrar otra manera de ser expresados, surgen como
violencia en muchos casos.
El esplendor la pompa y la
fastuosidad manifiesta de algunos, es un acicate para los infelices para actuar
mal. La extrema desigualdad humana en lo económico, marca las almas infantiles
desde su más temprana edad. Niños que ven al niño rico jugar con costosos
juguetes, quieren también hacer lo mismo, con la excepción que nunca podrán hacerlo,
esto los marcara de por vida, serán en muchos casos los futuros inconformes y
si la disciplina del hogar se caracterizó por la desidia y la flojera, serán los
posibles delincuentes.
Allí no valen expresiones
tales como: ¡los tatas tienen la culpa!. El mal está hecho y las consecuencias afloraran
naturalmente y sin presión.
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