Casi
sin excepción, el ser humano avanza hacia la Gran Niveladora, atravesando por
etapas evolutivas; en su más tierna edad depende
exclusivamente del cuidado atento y amoroso de sus progenitores; más adelante, adaptándose
siempre a su entorno e incorporando a su vida los vicios y virtudes de los
mayores, depende un poquito más de sí mismo, llega a su adolescencia donde
aflora en su espíritu la rebeldía, volviéndose en su mayoría osado y atrevido
queriendo no depender de nadie y demostrando al mundo de lo que es capaz. Comete
errores y continúa en su peregrinaje por una creación incomprensible, rebosante
de complejidades, donde muchas veces se
premia la maldad y se tienen por malo lo bueno. Por un lado siente en su ser la necesidad de aventura, de desenfreno de
libertinaje y por otro la obligación como hijo, como autentico ser humano de
doblegarse, de subyugar sus más bajos impulsos en pro de la comodidad que por
siglos han buscado sus iguales. Poco a poco va siendo sometido por el sistema,
es un ser gregario, aprisionado en las cuerdas de las costumbres y tradiciones,
presa de una conjura universal para mantenerlo domesticado, sumiso y dócil,
semejante a los zombis de esas cintas cinematográficas de terror. Perteneciente a esa aglomeración
ingente de personas que marcha irremisiblemente hacia lo que sin lugar a dudas
será el comienzo de una nueva etapa en éste eterno reverberar del presente.
Si en el umbral de los
seniles años sientes el deseo de quitarte la brida, serás como el elefante
encadenado a su otrora real atadura, la costumbre será tu ama, tú serás su
esclavo.
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