Es una predisposición natural en el ser humano,
olvidarse del prójimo cuando se está bien. Por lo general, sin negar las
excepciones, cuando el individuo atraviesa por largos periodos de bienaventuranza
o cuando menos, de solvencia económica y un tanto de felicidad hogareña, se
olvida de las inmensas aflicciones de sus coetáneos, vecinos y aun amigos.
No es de extrañar que cuando los que en un
tiempo gozaron de ventura y calma y que hoy están en la ruina, reciban la misma
dosis de indiferencia que ellos prodigaron a manos llenas.
No solo se puede ser solidario regalando artículos
o contribuyendo con alguna cantidad pecuniaria, también se puede serlo hablando
bien de esa persona a otros que pudieran ayudarle de una manera más sostenible,
por ejemplo con un empleo.
Muchas veces, aunque conozcamos las cualidades
o aptitudes de otros, no lo expresamos, mucho menos se las decimos a quienes
pueden tomarlo en cuenta para beneficiar a esas personas. Es necesario recordar
que una opinión favorable de alguien, a la hora de existir una oportunidad de
empleo, es de más peso que la propia opinión, no desmeritando que nuestra
autoestima se beneficia de lo segundo.
Es común encontrar personas atravesando por situaciones difíciles, pero se
nos olvida, que una palabra elogiando sus cualidades, ante personas que toman
decisiones, pueden mejorarles sus circunstancias.
Reconocer públicamente las aptitudes de los
otros es una cualidad que nos hará más humanos, menos egoístas y para los que
se dicen cristianos, los acercará más al Varón Experimentado en Tormentos:
Jesucristo.
Seamos más proactivos en la empatía: no nos
contentemos con mirar las cualidades o los defectos de los demás, por puro
morbo. Expresemos alabanzas, elogiemos a los otros ante aquellos que tomarán en
cuenta lo que decimos. Al hacerlo habremos allanado un tramo considerable de
camino al cielo.
¡El hablar bien de los demás habla mejor de nosotros mismos!
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