Sufrí un accidente y como consecuencia de eso
he quedado con una incapacidad temporal. Antes de lesionarme tenía previsto
irme a trabajar a otro lugar, pues las circunstancias y aun las personas querían
que lo hiciera.
Algunas no querían tenerme por favorecer a
otras cuya experiencia y conducta está en entredicho, otras me recibían de
buena gana en otros centros de trabajo, conociendo mi manera de trabajar.
Nunca he estado de acuerdo en que las cosas se
cumplan a medias, he sido de la opinión que nuestra conducta habla por nosotros
aunque con las palabras queramos decir lo contrario.
Valoro la coherencia en las personas y respeto
a quien la practica.
A la vista de la minoría debía de abandonar el
primer centro de trabajo, no por que no cumpliera con mis obligaciones sino por
el capricho de quienes de algún modo llevan la batuta en la organización.
Cuando penetra en el corazón de una persona el
capricho y el prejuicio las cosas no marcharan con equidad ni justicia. Y al no
existir ambas el derrumbamiento de
cualquier organismo es cuestión de tiempo. A no ser que las cosa cambien y
personajes a más alto nivel tomen cartas en el asunto e implanten el orden sea
este con medidas coercitivas o sugerentes.
El temor de que seamos vistos como seres
incompetentes nos obliga a tomar decisiones que a la larga nos perjudicaran.
¿Como puede alguien elegir favorecer con un
empleo de responsabilidad a quien a dado muestras permanentes de
irresponsabilidad, de conducta deplorable y aun de vulgaridad manifiesta
incluso de actos delictivos. Desmeritando a quien siempre mostró una conducta
acorde con los principios que practica la institución que nos da cobijo?
Pero una cosa es segura la injusticia no le
agrada a Dios y el en su momento interviene categóricamente a favor de los
marginados, de los tratados con indiferencia. Dios conoce nuestros corazones,
no hay duda.
Tratemos por todos los medios de actuar con
justicia, con equidad y sobre todo con corazón cristiano.
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