“Sinceridad” es la condición indispensable para que Dios
escuche nuestra alabanza.
Es posible que mientras estemos de rodillas, en
actitud de oración, el pensamiento divague en alas del recuerdo. Que mientras
los labios se abran para la alabanza, el corazón esté muy lejos del señor.
Orar
a Dios en esa condición, se convierte solamente en un ejercicio inútil. Ni nos
fortalecemos espiritualmente, ni agradamos a Dios.
Una noche un hombre fue
conducido en sueños al templo. En su sueño se le apareció una joven tocando un
órgano, pero le llamo la atención que mientras ella tocaba él no escuchaba una
sola nota.
El coro y la congragación comenzaron a cantar pero tampoco se
escucharon sus voces. Entonces el ministro empezó a orar, pero cosa extraña,
veía que sus labios se movían pero no escuchaba las palabras de su oración.
Se le
apareció un ángel y el hombre en sus
sueños le preguntó la razón por la que no se escuchaba nada. El ángel le
contestó: ‑No se escucha nada porque no hay nada que escuchar. Esta gente alaba
a Dios únicamente con sus labios. Sus corazones no están alabando, por eso las
voces no llegan a Dios. Pero ahora vas a escuchar‑.
En ese momento escuchó la
voz de un niño, clara y transparente. Sucedía que mientras los demás cantaban y
el ministro oraba se escuchaba la voz de un niño porque él solamente alababa a
Dios en su corazón.
Al despertar de su sueño pensó en las veces que el mismo
honraba a Dios con sus labios pero su corazón estaba muy lejos de Él. La alabanza,
la adoración y toda expresión humana que se hace, en un intento de comunión con
Dios, es, amable amigo que nos lee, algo muy serio. No se trata de entretenimiento.
No son palabras que se lanzan al vacío. Si verdaderamente vamos a Dios con la
presunción de alabarle, de glorificarle, debemos poner el alma en cada una de
nuestras palabras. Se puede engañar a la persona que está a nuestro lado, pero
a Dios no se puede engañar.
Hay un contraste demasiado grande entre aquel que
alaba y es escuchado de Dios y el que lo alaba en la apariencia. El primero se
despide con su corazón lleno de Dios. El segundo se va vacío.
Probamos nuestra sinceridad en la alabanza y adoración que
hacemos a Dios.
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