Perdonar a nuestro enemigo

Perdonar a nuestro enemigo
Perdonar las ofensas y abrir el corazón al que nos ha ofendido, para amarle y servirle, es una nobleza que no tiene igual. 

¡Incomparable grandeza de alma! A Samuel Johnson, gran predicador americano, se le atribuía esta hermosa cualidad. De Él se decía “que el camino más corto para llegar a su corazón y alcanzar su favor era la injuria”. 

En ese espíritu nos asemejamos a Dios “quien encarece su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros”. Durante la guerra de independencia de los Estados Unidos un hombre fue condenado a muerte por alta traición. 

Un soldado que se había señalado por sus grandes acciones heroicas se acercó a Jorge Washington para suplicarle que perdonara a aquel hombre que estaba condenado a morir. Washington le contestó de esta manera: ‑siento mucho no poder condescender a la súplica que usted me hace por su amigo, pero en estas condiciones no es posible. 

La traición tiene que ser condenada a muerte‑. El suplicante repuso: ‑pero si es que yo no le suplico por un amigo sino por un enemigo‑. El general reflexionó por unos instantes y luego le dijo: ‑ ¿Me dice usted que no es su amigo sino su  enemigo‑. Este le contestó: ‑si es mi enemigo. Me ha injuriado, me ha causado grandes males‑.

 Washington le dijo con voz pausada: ‑Esto cambia el cuadro de la situación. ¿Cómo puedo rehusar la súplica de un hombre que tiene la nobleza de implorar el perdón para su enemigo?‑ y allí mismo le concedió el perdón. 

Las motivaciones que puede tener un hombre para acercarse a su enemigo pueden ser varias. 
Algunas muy distanciadas del verdadero espíritu cristiano. El que al ver a su enemigo en desgracia se apresura a servirle, no para ayudarlo sino para humillarlo. 

El que calcula las ventajas que puede derivar mediante la reconciliación. El que hastiado y mortificado se dice: ‑lo hago para salir de él‑. Ahí no hay nobleza. La hay cuando la ofensa recibida se ha echado al olvido y se busca al ofensor para amarlo y servirle.


Las almas nobles no abrigan sentimientos de enemistad para ninguno de sus semejantes en este mundo.
Miguel Limardo
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Jogly Sú

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