Aún atravesando por situaciones de escasez económica podemos
ser generosos en dar. Existe un secreto, un misterio si se quiere en esta realidad.
La sabia e inspirada Palabra de Dios hace mención en uno de sus muchos libros
algo relacionado a nuestro tema:
“Que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su
gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad” fueron
generosos no cuando tenían abundancia de bienes sino en medio de pobreza. Siempre
nos ha parecido que cuando compartimos con nuestros hermanos lo poco que
tenemos, en espíritu cristiano, es más lo que recibimos que lo que damos.
Compartimos
el pan de cada día con el que tiene hambre y el nuestro como de las manos de
Cristo se multiplica. Prodigamos una palabra de consuelo al que se siente
triste y nuestra pena se mitiga. Fortalecemos al hermano de ánimo caído y
nuestra fe se acrecienta. Refería Constancio Vigil que cierta región se vio
azotada por el hambre.
Todo escaseaba. En una ocasión consiguieron alimentos
crudos, pero faltaba la leña para cocinarlos. Se sabía de un hombre que tenía
fama de bueno y generoso, que aún poseía alguna leña. Todos iban a pedirle y a
todos les daba.
Pero también se le acabo la leña y los vecinos seguían yendo
donde él. Había hecho, de madera, una escalera para su propio uso y al carecer
de leña y para no dejarlos ir con las manos vacías, cortaba un pedazo de la
escalera. Así la escalera se fue achicando. Un día se le acercó a su esposa y
le dijo: “Mujer, yo no comprendo esto. Mi escalera es cada vez más corta, y sin
embargo siento que subo al cielo por ella”.
Una manera de
expresar la felicidad que se siente cuando somos generosos aun de los poco que
tenemos. No compartimos para llegar al cielo, pero, ¿no es cierto que el camino
se nos hace más liviano? Sin embargo tengamos presente que el privilegio de la
generosidad no sólo es para los que nadan en la abundancia sino para los que
escasean aún de las cosas más esenciales.
Quien comparte generosamente de su
pobreza, como milagro, enriquece la calidad de su espíritu. En contrario, el
mezquino que retiene lo que tiene se empobrece de día en día más y más.
Incluso en aquellos
momentos de extrema necesidad podemos ser generosos y extender nuestra ayuda a
quienes en verdad lo requieren.
“Hoy por ti, mañana por mí” reza el dicho popular, y cuanta
verdad se encierra en él. Siempre en algún momento de nuestra vida
necesitaremos de una mano amiga, de una palabra de consuelo.
Cuando sea
menester que nosotros extendamos esa mano, hagámoslo sin trabas, seamos el
amigo, el benefactor, el protector si se quiere. Todo tiene su recompensa.
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