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El hábito de pensar bien es un don invaluable en la mejora personal, tan importante que de él se puede derivar nuestra dicha o nuestra infelicidad.
El hábito de pensar bien es un don invaluable en la mejora personal, tan importante que de él se puede derivar nuestra dicha o nuestra infelicidad.
Lo que he temido me ha acontecido
dice Job en la Santa Biblia, cuando nos anticipamos a los sucesos, cuando
albergamos en nuestra mente la idea de que algo malo nos sucederá, estamos
contribuyendo a que esas cosas que no deseamos se materialicen.
Nos sentamos en una corriente de
aire y nuestra educación nos enseña que debemos tener un catarro o una fiebre;
por consiguiente, tenemos un catarro o una fiebre. Comemos algo que alguien nos
ha dicho que es indigesto, e inmediatamente experimentamos los malestares de la
indigestión. Vemos llorar a alguien, y nuestros ojos se llenan de lágrimas.
Vemos
bostezar a alguien, y nos sentimos impelidos a hacer lo mismo. Oímos hablar de
influenza, de viruelas, de chikungunya, y el temor de ellas las hace reales, y
nosotros también las tenemos. Es el miedo de esas cosas lo que les da su poder
sobre nosotros.
Hemos sido enseñados a pensar que algunas enfermedades son
contagiosas, y la sola vista de una persona enferma nos hace temer el contagio,
cuando la verdad es que el peligro está en el miedo y no en la enfermedad. ¿Te
has lastimado alguna vez un miembro, un dedo de la mano, de manera que creías
no poder moverlo? ¿Y luego, bajo la influencia de alguna emoción te has
olvidado de él, para luego encontrarte moviendo el dedo o el miembro como si
nada hubiera pasado?
La manera de empezar es rehusar,
creer o escuchar cualquier queja del cuerpo. No temas el clima o la atmósfera, la
humedad o las corrientes de aire. Cuando el estómago te diga que has comido algo
que le hace mal, trátalo como tratarías
a una serpiente rebelde. Recuérdale que él no puede juzgar lo que es bueno o malo
para él. Que no tiene inteligencia.
Que es simplemente un canal por medio del
cual los alimentos pasan para ser sujetos a ciertos tratamientos y selecciones.
Que si algo no es bueno para él, todo lo que tiene que hacer es pasarlo tan pronto como sea posible a los órganos eliminatorios.
El momento en el que cualquier síntoma de enfermedad aparece en tu cuerpo,
niega vigorosamente su existencia. Piensa “Mi cuerpo no tiene inteligencia, ni tampoco
la tienen los órganos de la enfermedad. Por consiguiente, ni mi cuerpo ni los gérmenes
pueden decirme que estoy enfermo. Desecha la imagen de la enfermedad. La mente
debe tener el control, el desarrollo del hábito
de pensar bien poco a poco irá
dirigiendo la función biológica por el proceso correcto.
Conserva en tu mente sólo la idea
de la salud perfecta, de la vitalidad vigorosa e ilimitada. Tu cuerpo no puede
decir que está enfermo. Por consiguiente, cuando la idea de la enfermedad te
asalta, tiene que venir de tu mente, o por medio de una sugestión exterior.
En ambos
casos es tu deber procurar que la idea de la enfermedad no llegue a tu mente
inconsciente, que ningún temor de ella, o pensamiento,
puede reflejarse allí. Para curar a alguien que ya haya sucumbido a la idea de
la enfermedad, explícale, como lo he hecho en estas líneas, que su cuerpo no
tiene más poder para la enfermedad o para la salud que un trozo de madera.
Que su
cuerpo es simplemente una combinación de millones de electrones, sujetos por
completo al dominio de la mente.
La mayoría de nuestras
enfermedades provienen de nuestros hábitos
de pensar enfermizos y débiles. Cambiemos
nuestros pensamientos y mejoraremos la calidad de nuestra existencia.
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