Uno de los enemigos más
connotados de la humanidad es el resentimiento
y el rencor, por no decir el odio. Casi
no hay seres humanos que estén exentos de resentimientos,
sin saber que esto amarga la vida entera, es una influencia terrible y es causa
de todas las decepciones que sufrimos, aun cuando se aprende a “negar y afirmar”,
a “conocer la verdad”, a vigilar y corregir los pensamientos y las palabras.
Un solo resentimiento, un rencor gravado en el subconsciente y en el alma actúan
como una fuente venenosa, tiñéndolo todo y contrariando sorpresivamente todos
nuestros anhelos. Nada, ni la demostración más perfecta puede perdurar mientras
exista aquel foco infeccioso malogrando nuestro propio ser.
Las iglesias, las religiones y
las más variadas filosofías se cansan de abogar por el perdón y el amor hacia
los enemigos; y todo es en vano mientras no enseñen la forma práctica de imponernos
el perdón hacia los que nos hieren. Mucho se escucha decir “yo perdono pero no
puedo olvidar”. Esto es una mentira. Mientras uno recuerde un daño, no lo ha
perdonado.
He aquí la receta para lograr el éxito
en el amor hacia tus semejantes: cada vez que sientas algo desagradable hacia
otro; o bien que te encuentres resintiendo algo que te hallan hecho; o que te
reconozcas un franco rencor o un deseo de venganza, ponte deliberadamente a
recordar todo lo bueno que conoces de aquella otra persona.
Trata de revivir los ratos
agradables que gozaste en su compañía, en tiempos pasados, anteriormente al momento
que te hizo daño. Insiste en rememorar lo bueno, sus buenas cualidades, la
forma en que pensabas de ella.
Si logras reírte de un chiste que
ella dijo o de algo cómico que gozaron juntos, el milagro se ha hecho. Si no
basta con una sola vez, repítelo tantas veces como sea necesario para borrar el
rencor o resentimiento.
En la mente está el bagaje que
nos permitirá realizar estos beneficiosos cambios en nuestra vida, el
resentimiento y el rencor también son producto de nuestra forma de pensar, de
nuestra comprensión de las cosas. Pero debemos avanzar aún más y exteriorizar
nuestra nueva forma de vida.
No debemos quedarnos en la mente
y sus contenidos, sino avanzar más allá, ver,
conocer y sentir desde el sujeto de la mente, desde tu realidad, no desde tus ideas; desde ti, no desde tu mente. La mente
debe ser la servidora de la inteligencia y del ser interior.
Es hora que pongamos las cosas en
su sitio. Es hora que devolvamos el mando al dueño y desenmascaremos a la
servidora que se había adueñado de nuestra vida. Debemos convertirnos en los
amos de nuestra forma de pensar, que la mente no divague a la deriva, rumiando resentimientos y rencores, sino que provista de benevolencia comprenda que el perdón
y el amor son los sustitutos perfectos para estos.
En estos tiempos en que tanto se
habla de libertad y liberación de los hombres y los pueblos hemos de comprender
con claridad que aunque se tenga libertad exterior, social, política o económica
podemos seguir siendo esclavos de la tiranía de las ideas de nuestra mente.
Las
ideas de nuestra mente por las que se rige la mayor parte de nuestra conducta,
de nuestra vida, no son nuestras. Son de otros. Las hemos adoptado como
nuestras. Pero no son ideas que hayan nacido de nuestra intuición interior y de
nuestro sentir profundo.
Este es un mensaje de aliento. Es
un mensaje para que confíes que tu vida, quizás vacía o estéril, este llamada a
la plenitud. El estar y haber estado metido y enzarzado en un montón de
defectos y miserias no es ningún obstáculo para emprender el camino de la
propia transformación.
Este mensaje quiere decirte que por más defectos y
tropiezos que hayas tenido en tu vida, por más resentimientos y rencores
que hayas albergado, el remedio no hay que buscarlo fuera ni lejos. El remedio
está en ti.
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