Todos los seres humanos tenemos una concepción diferente de
las circunstancias, aunque a veces nuestros puntos de vista pueden ser
parecidos, la mayoría de las veces se diferencian marcadamente.
Sin embargo Cuando convivimos en una comunidad pequeña
nuestra forma de percibir el entorno social
es coincidente con la de los demás miembros. Salvo unas pocas excepciones.
Esta coincidencia de percepciones deberá ser tomada en
cuenta de manera categórica por el trabajador social a la hora de comenzar su
labor.
Cuando el empleado del desarrollo llega a una comunidad para
promover un programa o proyecto llega provisto de algunos prejuicios
particulares:
Condicionamiento:
todo trabajador del desarrollo es un ser humano condicionado. La tentación de
transferir nuestras visiones de cómo funcionan las cosas y cómo podemos
mejorarlas es muy poderosa. Consideramos que hemos estudiado mucho y tenemos la
experiencia necesaria en el área y estamos listos para transmitirla a los
demás.
Dominación: Estudios
demuestran que todos llevamos dentro el deseo de sentirnos superiores o de
dominar a los demás. Esto puede ser parte de nuestra personalidad o de nuestra
cultura. El hecho que podemos leer, que nos expresamos con claridad y
eficazmente cuando hablamos, que podemos escribir, reducir problemas complejos
a formas sencillas, llegar en auto o motocicleta, reunirnos con personas
importantes, todas estas cosas expresan una posición de poder y privilegio que
asumimos inconscientemente como parte de lo que somos.
Distancia: Los
profesionales del desarrollo a menudo trabajan desde cierta distancia, tanto
geográfica como psicológicamente. Cuando estamos con los pobres estamos “en el
campo”; muchas veces nuestra oficina está en la ciudad, donde tenemos todas las
comodidades que ofrece la moderna tecnología. Incluso las diferencias del
leguaje, la forma de hablar, la comida, las costumbres y las formas en que se
resuelven los problemas se juntan para crear distancia. Conocemos a los pobres
solo desde lejos.
Esperar que los
pobres se adapten a nosotros: Cuando el mundo real de los pobres entra en conflicto con quienes somos o
con la forma como estamos entrenados o con lo que creemos, nuestra disposición
natural será que los miembros de la comunidad se adapten a nosotros. Conceptualizamos
o reformulamos lo que vemos procurando
permanecer inafectados e inmutables.
De allí la importancia de “conocerse a sí mismo”. El
esfuerzo que se invierte en articular el punto de vista propio, las
presuposiciones sobre cómo funciona el mundo, por qué esta como está y que
puede mejorarse es un ejercicio que vale la pena realizar. Hará que la vida sea
más sencilla para los pobres y posiblemente hará que seamos más eficaces.
La mejor
forma de unificar nuestra forma de percibir la realidad comunitaria sería
entonces convivir con los necesitados, escucharlos pacientemente, motivarlos a
expresar lo que piensan y sienten. Partir de lo que saben, de lo que conocen y
mejorar sus técnicas, sus soluciones, sus estrategias. Recurrir a su
imaginación, promover su creatividad y emprender el camino de su transformación
desde donde se encuentran.
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