Toda nuestra vida es una búsqueda de felicidad, veamos una
forma acertada de encontrarla:
Nos mentimos sobre nosotros. Nos mentimos
sobre los demás. Nos mentimos sobre la vida y adulteramos la realidad. Tomamos el
sueño como realidad.
Tomamos lo ideal como real. Tomamos
lo transitorio como permanente y tomamos lo permanente como una bella ilusión
utópica. Vivimos con un ropaje falso.
El ropaje de las ideas que hemos
recibido de fuera, de la sociedad. Vivimos de las ideas que hemos ido aceptando
como si fueran nuestras, pero que no tienen de nosotros nada. Sólo la idea de
que son nuestras. Pero esta idea es idea. No es la realidad.
Toda idea es idea y sólo la
realidad es real. Preferimos seguir viviendo de ideas e ideales lindos y
agradables, aunque sean falsos. Y tratamos de convencernos a nosotros mismos y
a los demás de que son verdaderos.
¡Sería tan fácil reconocer la
Verdad llana y simple! La verdadera Verdad de nosotros mismos supera en
colorido, gracia, belleza y gozo a cualquier falsa verdad con que tratamos de
ensuciarnos tanto en la vida.
Nuestra felicidad no está ni puede
estar en las grandes ni en las pequeñas cosas. En realidad no hay grandes ni
pequeñas cosas.
La grandeza de las cosas no está en ellas sino en el que las
hace y cómo las hace. Todo es grande cuando se hace con conciencia y amor. Nuestra
felicidad no está en ninguna cosa. Nuestra felicidad está únicamente en
nosotros mismos.
La felicidad la somos cada uno de nosotros
cuando hacemos o vivimos cada momento cada cosa con lo mejor de nosotros
mismos. Somos la felicidad misma, oculta, amurallada. Es necesario descubrirla
y derribar los muros que nos impiden gozarla.
Uno de los muros y obstáculos que
nos impiden descubrir y gozar de la felicidad verdadera es precisamente ese
personaje y falso “yo” al que estamos sometidos y del que depende casi siempre
nuestra vida y al que servimos como si fuera nuestro amo.
Ese falso “yo” que goza y sufre
cuando es alabado o vituperado y que es precisamente en el que depositamos
nuestra felicidad.
La felicidad está donde está. Está
dentro de cada uno de nosotros. La sentiremos cuando la descubramos. La descubriremos
cuando pongamos toda nuestra alma en cada cosa, en cada situación de nuestro diario vivir.
Cuando se empieza a vivir y
sentir el mundo inmenso, profundo, maravilloso, insondable del verdadero ser
interno que cada uno de nosotros somos, todo eso ya no parece un ideal lejano
sino una realidad presente, asequible, actual para quien quiera y se decida a
vivirla.
Lo que vivimos cada día llevado y traído
mecánica y automáticamente por toda aquella que momentáneamente resulta más
agradable a nuestros sentidos externos nos puede dar algunas satisfacciones más
o menos fuertes pero siempre inestables y transitorias. Y sobre todo muy
lejanas de lo que es la felicidad profunda y permanente.
Yo soy o puedo ser feliz tanto
cuando tengo o hago pequeñas cosas como cuando no las tengo o hago. Soy feliz
con ellas o sin ellas, porque llevo siempre la causa de mi felicidad conmigo
mismo y que no consiste en hacer o tener
tal cosa o tal otra.
La felicidad está en sentirse sujeto de acción consciente y de amor
constante. Y no necesito ningún estímulo para ejercitar y actualizar en
cualquier momento y en cualquier circunstancia lo que yo soy en mi realidad
verdadera. No soy feliz por lo que hay fuera de mí ni por la acción externa que
hago o me hacen, sino por la que soy dentro de mí.
Precisamente, porque no vivimos, por lo que
expongo, es por lo que nuestra vida es
una carrera desenfrenada y ansiosa de ir buscando personas y cosas que nos
hagan felices. Y nuestra vida se convierte en una constante búsqueda más o
menos esperanzadora de satisfacciones y goces que las más de las veces no nos
llegan o si llegan nos dejan más ansiedad y desilusión que agrado y placer.
¡Bendiciones!
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